La mascara de la muerte

Esta noche me he convertido en un monstruo, me vuelto a poner la mascara de la muerte. ¿Mi victima?... aun no lo a he encontrado… lo único en lo que mi mente puede pensar es en la salada sangre, el olor del ultimo aliento y en la tensión de los músculos antes de perder el calor y entrar en el frió eterno.

No soy un vampiro, no bebo sangre.
Caída del cielo desde la gran rebelión, desde la gran guerra contra el todo poderoso, sobrevivo por la eternidad entre vosotros, escoria. Sois simples monos parlantes. Os odio.

Es difícil matar y no dejar huellas, no dejar un rastro, los tiempos han complicado lo que en antaño era tan simple como hacer crujir un cuello en cualquier callejón de Paris.

Me pongo la capucha que esconde la macabra mascara de ojos negros que hoy es mi rostro, camino por las callejuelas más oscuras de la ciudad, no son muchas, pero las que aun sobreviven esconden a los indeseables, a los desechos de las ciudades, indigentes, drogadictos, prostitutas… monos y monas parlantes. Por desgracia ellos no me motivan, ellos son el cebo.

Camino hacia el callejón, esta noche hay buenos cebos. Un mendigo mugriento, estoy a cinco metros de él y ya siento su hedor. Más alejados un par de esqueletos andantes se dedican a calentar la mercancía en la cuchara. La autodestrucción les ara ver las estrellas desde esta herida abierta de la ciudad.

Espero escondida. Ni me han visto llegar, los nauseabundos olores a basura y orina empiezan a impregnar mis ropas, las ratas se me acercan, me olfatean, y se van de repente. Algo a va a pasar en el callejón. Ahí viene mi presa.

Mono de cabeza pelada, con bate metálico en mano. Mirada asesina. ¡Mierda viene solo! Esto va a durar poco. El primer cebo se da cuenta de la presencia del depredador, los otros dos, los esqueletos, ya hace un rato que no se enteran de nada.

Empieza el baile, los insultos y los berridos salen del hocico del depredador, el cebo desde el suelo intenta esconderse entre simple cartones. Ahora habla el bate metálico. Mis dedos acarician mi mascara. Cierro los ojos, oigo como chilla el cebo. Abro los ojos, carcajadas de mono poderoso resuenan.
Es mi turno.

Sin esforzarme en no ser silenciosa me acerco al mono sin pelo, se da la vuelta, no sabe que decir al ver mi rostro, al ver mi mascara, no le doy tiempo a decir nada. Con un golpe seco, un movimiento sencillo, mis uñas afiladas se abren paso en su pecho. La sangre salpica mi ropa, cierro mi mano con fuerza y le saco el aun latiente corazón, no es más grande que mi puño. Su mirada se queda en blanco. La mía es negra. Cazador cazado.

Cierro mi mano, estrujo el corazón. La sangre cae encima del inerte cuerpo de depredador, el rojo le cubre la cara, las ratas se acercan y mordisquean el pastel de carne en el que se ha convertido su desgarrado pecho.
Les lanzo el corazón como postre. Doy media vuelta y salgo del callejón.

Paso mis dedos por mis labios, mi lengua roza la salada sangre. La echaba de menos. Las primeras estrellas empiezan a esconderse al ver salir el sol. Es el momento de volver a descansar. Mañana será otra noche, mañana será otra noche de caza. Otra noche en la que me pondré la mascara del monstruo.


abl. © 2007